Escribir es decidir
El viaje comenzó en donde menos esperaba
Estar frente a la página vacía. Mirar sus bordes, explorar en sus rincones en busca de un lugar, un rostro, un hecho. Salí a la calle para oxigenar los pulmones y el cerebro. Lo único que veía era lo prosaico de la calle, olía a smog, había ruido, autos, gritos, una invasión permanente de estímulos que no dejaban que la creatividad fluyera.
El detonante llegó cuando me planté frente a la estación Juárez y tenía que decidir a donde ir. La mente en blanco, no había un viaje previsto, dejaba un pasado inmediato convulso, entrañable y no, complejamente sencillo: paradójico. Siempre se me ha complicado lo sencillo, y disfruto lo complejo, había que decidir, ya.
Entro a la estación, espero el tren, pero mi pensamiento viaja a otra velocidad, cae, las llantas del tren lo exprimen. Escucho un nombre, Rosalba, una mujer a un lado trae un celular con música de Vicente Fernández, tengo un personaje que hará un viaje: Rosalba Fernández.
Por la noche regreso a mi casa, vuelvo a enfrentar a la página en blanco, un gato maúlla mi nombre, me recuerda que tengo un personaje, que de inmediato coloco en una situación parecida a la mía: tomar decisiones, ya. Lo hago, escribo. Los siguientes días serán cruciales para Rosalba Fernández y para mi, noche con noche tenemos una cita, ella va tomando forma, y yo le voy trazando una ruta que se parece a la mía.
El texto es concebido. Va a ser doloroso el parto.
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